martes, 26 de febrero de 2008

A veces el dolor físico lava el alma con jabón. Pero como en todo, no siempre quedamos albos. La salsa bechamel, la sangre, el vino tinto, las manchas de sudor...requieren medidas drásticas. Lo primero es conseguir un espejo. Lo segundo es acercar la prenda sucia a él y deteniéndole los párpados, dejar que observe su reflejo. Si opone resistencia, aplicar un poco de presión a la altura de las mangas. Déle a beber después, de golpe, un shot de vinagre y miel y procure ablandarla con palabras monosilábicas. Deje después reposar hasta que recupere su color original. Muy efectivo, pero no se garantiza el resultado, hay manchas tercas que dejan huella. Se recomienda en ese caso marcar la prenda, envolverla en plástico (hay que hacer algunos hoyos para que respire), cerrarla, doblarla, colocar bolitas de naftalina y refundir en lo más profundo de la caja de nogal que contiene a los pequeños lunares oscuros de la piel.

1 comentario:

Raymundo Ibañez dijo...

Si el dolor físico se superpone al otro, que así sea. Si no, que la caja sea de nogal o de cartón. Da lo mismo.

Por lo demás, hago público lo privado: me gusta lo que escribes, Rosario. Y mucho. ¿Será que la percepción del dolor tiene tintes de universal? Ya sé que el contagio no cura, pero tal vez nos hace parecer normales, o al menos con complicidad.