Desde hace un tiempo he notado que existe una tendencia al momento de escribir que busca provocar hartas sonrisas en los que leen. Esta onda chistina ha invadido inclusive a ciertos que pretenden escribir con tintes serios.
Seremos tal vez herederos de cronistas extraordinarios como Jorge Ibargüengoitia o Marco Almazán (o muchos otros) y aquellos actuales que leo logran su cometido a raudales.Pero la verdad, el colmo, fué abrir la revista "Ambiance" y encontrar la historia (chistina) de un hombre que busca pareja llamada Mariana en una de sus páginas, después del reportaje a Leonardo García y antes de las fotos de la boda de una pareja con cejas depiladas.
¿Será tal vez que los críticos literarios, las editoriales y aquellos que publican hasta las palabras agudas de uno ahora tomarán como criterio el número de dientes que develan los relatos? ¿Publicarán como a García Márquez con base en el número de segundos que uno detiene la lectura para reir a carcajadas?
Creo que la cuestión con esta últimamente predilecta forma de escribir es conseguir varias cosas: que se lea fácil, que levante el ánimo, que sea un poco socarrón o sarcástico pero nunca crítico de nada o nadie. Que nos pinte un mundo donde los dolores dan risa y las desgracias cotidianas sólo producen "headaches" que se quitan con aspirinas.
Tal vez más que voltear a ver a los que escriben, sería buena hora voltear a ver a los que leen. Buscamos incansablemente un mundo que sea así, fácil, divertido. Queremos olvidar la enfermedad, la pobreza y la muerte (o de perdida que su presencia nos haga reir) Y la reflexión es esta: Si alguien lo escribe es porque otro lo lee. Ese alguien también fué lector en el pasado. Nuestras elecciones dicen mucho de lo que construimos como sociedad y es buena idea revisarlo vorazmente.
lunes, 9 de agosto de 2010
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