martes, 27 de mayo de 2008

Entraste, como a veces lo hacías, mientras me bañaba en la tina. Y lo supe en cuanto percibí la mirada de tus ojos canelas. Me sentía de pronto aletargada, tonta y algo ridícula, pero sonreí. Te sentaste en la orilla devolviéndome la sonrisa y me dijiste no se qué del agua caliente. Algo de los pollos. Acariciaste el centímetro de piel entre mi ceja y mi cabello y posaste tus dedos fríos en mi mejilla húmeda. Pude ver el deseo convertido en dilatación, pude oler la excitación de tu cuerpo. Te acercaste para besarme en la boca y tu mano buscó mi cuello. El corazón me latía expectante, adivinando. Sentí casi de inmediato tu mano abierta sobre mi pecho. Los ojos abiertos, visión borrosa de tu rostro que me miraba fijo y ya sin sonreír. En mi mente se posó por un momento la preocupación del piso empapado. Clavé mis uñas en tu piel hasta ver el rojo oscuro de tu sangre y un placer infinito inundó hasta el centímetro cúbico más vacío de mis entrañas. Quité la mano que había dejado en tu frente. Veía tus ojos abiertos, inmóviles, en ellos había por fin, resignación. Lograste herirme. Me arden las manos gracias a tu costumbre de bañarte con agua para desplumar pollos. Dejamos un charco de agua en el piso y con el pie tiraste hasta el shampoo. Mi saliva tiene un regusto amargo y de pronto tengo muchas ganas de fumar. Te saqué de la tina y te enterré en el jardín.

1 comentario:

Raymundo Ibañez dijo...

Rosario del Prado. Me gustó enormidades esta cosa. Haced caso a mi voz que, sin titulos nobiliarios harvardianos, igual cuenta. Aunque mi actual condición no lo demuestre.

Además de una o dos correcciones, creo que ya tienes tu primer cuento. Bienvenida al mundo donde una pinche coma hace la diferencia entre morirse deprisa o como el lento goteo de la llave descompuesta en la bañera.

Salud, etílica. La otra con que nos deje bebernos un café de vez en cuando ya es ganancia.