martes, 27 de mayo de 2008

Podía imaginarla del otro lado de la línea: muda, el cabello perfecto, completamente sorprendida con la noticia. No movió un músculo. Esperé unos segundos y seguí hablando. Sólo silencio. Era lo único que podía decir.
Como un muñequito, como un maniquí, pálida, desencajada, inmóvil. Ni un solo cabello fuera de lugar. No buscó consuelo, ni lo ofreció, sólo el mudo testimonio de ese dolor compartido y del atisbo del gran vacío de su ausencia

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